5:40 me arranca el despertador de la cama de lunes a viernes. 6:20 salgo de casa. Cuando camino por Santa Fe hasta Junín, se aparecen, desordenados, urgentes y como ruegos algunos pensamientos. No siempre son los mismos. Algunos recurren. El que más, sostiene, afirma e insiste: «Necesito despertarme de día».
Como estudiante crónico de Ciencias Sociales, trato de descreer en lo natural ligado a lo humano. Pero te juro, que el cuerpo, ese que salió arrancado de la cama, me dice que es anti natural despertarse todos los días de noche, sin la luz del sol entrando por la ventana. Y me duele la panza, el pecho. Ahí.
Capaz son las luces blancas, artificiales, sin alma, de la avenida. O puede ser porque no desayuné. O porque se, en invierno, que al sol no lo voy a ver. Y mientras llega el 101, obsesivamente puntual a las 6:27, el alba no pinta ni por asomo. Subo, y mientras le digo «6,25» al chofer, el pensamiento-cuerpo aparece de vuelta. El mismo de todos los días.
Necesito despertarme de día.